An uncomfortable feeling accompanied me throughout all of Honey Boy. Part of it is certainly that the film is harrowing: without a linear structure, it plays out a series of snippets from the difficult life of Otis, a famous child actor in the 90s who lives with his emotionally and physically abusive father. Even though Otis seems to have a successful career in the movies, his father gambles or mismanages his money away, such that they both live in a room in an old motel -while finding ways to frame this as the child’s fault for somehow not booking better roles. In these scenes, Otis is played by the talented Noah Jupe, whom you might remember from A Quiet Place or Wonder; his father is played with tireless -and tiresome- energy by Shia LaBeouf. A hyperactive, fidgety man who must impose his authority and masculinity in every social exchange, Otis’ dad is at the same time a pathetic worm but also an imposing authoritarian. The different, mostly independent vignettes from childhood are sometimes framed by scenes set in the present, when Otis (now played by Lucas Hedges) is admitted into rehab for his substance abuse and is made to confront his painful memories.
Part of the discomfort, though, also comes from the fact that the script was written by LaBeouf himself, based directly on his own life and his relationship to his dad; this, indeed, means that in this exposé of his own abuse, LaBeouf plays the role of his own father, and steps into his shoes to reenact how he berated and humiliated him. It feels somewhat like walking into someone else’s therapy session: the emotions are raw and the trauma, real, but it also feels private, not entirely for the public eye. I of course have no idea of how much of Honey Boy is factual and how much is an evocation, but for sure it all feels devastatingly realistic (certainly you can tell which fake movies Otis works on correlate to which movies in LaBeouf’s career).
Alma Har’el, a documentary director in her first fiction feature, builds a dreamlike, see nightmarish, atmosphere to Otis’ life, letting his memories bubble to the surface as they do in life rather than trying to form a cohesive narrative with them. It works, for the most part, because you cannot invent neat resolutions where there are none, but it does make the film feel long -which it isn’t, at a little over 90 min- and repetitive. If nothing else, it is a cautionary tale on parenting, but also on how to reckon with one’s own trauma.
Honey Boy (2019)
Una sensación de incomodidad nos acompaña a lo largo de Honey Boy de principio a fin. En parte es porque la película es sin duda acongojante: sin estructura lineal, cuenta una serie de viñetas de la vida de Otis, un niño actor en los 90 que vive con su padre, que lo maltrata física y emocionalmente. Aunque Otis parece disfrutar de una carrera de éxito en el cine, su padre consigue que todo el dinero que gana se desvanezca como por arte de magia, y los dos viven en una habitación en un motel destartalado -a la vez que encuentra formas de hacer que parezca que es culpa del niño por no conseguir papeles mejores. En estas escenas a Otis lo interpreta Noah Jupe, a quien quizás recuerdes de Un lugar tranquilo o Wonder; a su padre lo encarna Shia LaBeouf con una energía tan incansable como cansina. El padre de Otis, un hombre hiperactivo que debe imponer su autoridad y su masculinidad en cada encuentro social, es a la vez una sabandija patética y un dictador imponente. Los recuerdos de la infancia dan paso a veces a escenas en el presente, donde un Otis adulto (interpretado ahora por Lucas Hedges) está ingresado en un centro de desintoxicación y debe afrontar sus peores recuerdos.
Parte de la incomodidad, por otra parte, también se debe a que el guión lo escribió el propio LaBeouf, basándose directamente en su vida y en su relación con su padre; efectivamente, esto significa que en este análisis de su maltrato, LaBeouf desempeña el papel de su propio padre, poniéndose en su piel mientras lo humilla y amedrenta. Es un poco como entrar en la sesión de terapia de otra persona: las emociones están a flor de piel y el trauma es real, pero también se hace privado, no destinado al público. Huelga decir que no tengo ni idea de cuánto de Honey Boy es real y cuánto es una evocación, pero desde luego se hace devastadoramente realista, hasta el punto de que se puede distinguir qué películas en las que trabaja Otis se corresponden con qué películas de la filmografía de LaBeouf.
Alma Har’el, una directora de documentales que dirige por primera vez un largometraje de ficción, da un ambiente onírico, a veces de pesadilla, a la vida de Otis, dejando que los recuerdos floten a la superficie como en la vida real en lugar de intentar formar un relato coherente con ellos. Funciona, en general, porque no se pueden inventar resoluciones limpias donde no las hay, pero también resulta en que la película se haga larga (lo cual no es, con sus poco más de 90 minutos) y repetitiva. Ciertamente, es una advertencia sobre la paternidad y las consecuencias del maltrato.