Just outside of Tokyo there is a tiny rural village, nestled deep in the hills, where the residents are politely but firmly rejecting the arrival of a glamping (“glamour camping”) company that will turn part of their land into what amounts to an amusement park for rich tourists. The locals, represented by Takumi (Hitoshi Omika), the taciturn but kindly town handyman, explain that they are not a struggling seasonal town desperate for the money of the city slickers, but mindful residents who have chosen to live in nature and want no part of the frivolity or the pollution that comes with such a project.
It seems bold of Ryusuke Hamaguchi, fresh off his Oscar win, to put his thesis statement right there in the title, but even that is characteristically complex: on the one hand, the declaration that evil does not exist can be taken as a call for empathy, as sure enough the movie itself, after a masterfully tense town hall scene, switches points of view to that of the two corporate spokespeople, Takahashi (Ryuji Kosaka) and Mayuzumi (Ayaka Shibutani), to showcase their own motivations and conflicts and disarm any us vs them narrative we might have built up by then.
However, the title can also be understood to refer to the notion that good and evil are man-made concepts which do not exist in nature: it is pointed out that animals may attack humans not out of ill will but due to exigent circumstances, and the same can be said of the environment in general, at risk of destruction by overdevelopment.
As a big Drive My Car apologist, I was enthralled by Hamaguchi’s philosophical essay and his sensitive, naturalistic filming style. Also, compared to his previous film’s full three hours, this one felt as short as a TikTok to me, but you might feel different depending on your tolerance for long, unbroken shots of people wordlessly chopping wood.
Overall, looking at Wheel of Fortune and Fantasy, Drive My Car and Evil Does Not Exist, what fascinates me about Hamaguchi is that, like Hirokazu Koreeda, he is a profoundly insightful director who can have a distinctive personal style and yet not make the same movie twice. Evil Does Not Exist is not quite like anything else, and that alone makes it worth watching.
El mal no existe (2024)
No muy lejos de Tokio existe una diminuta aldea, rodeada de bosques y colinas, donde los lugareños protestan educada pero enérgicamente la construcción de un campamento de lujo que transformará parte de su terreno en lo que viene a ser un parque de atracciones para turistas. Los vecinos, representados por Takumi (Hitoshi Omika), el taciturno pero amable manitas del pueblo, explican que no son una comunidad desesperada por recibir el dinero de los urbanitas ricos, sino que han decidido vivir donde viven para formar parte de la naturaleza y rechazan de plano la contaminación y la frivolidad del proyecto.
Puede parecer osado por parte de Ryusuke Hamaguchi, recién galardonado con un Oscar, poner el mensaje de la película directamente en el título, aunque incluso en eso demuestra la complejidad que lo caracteriza: por un lado, la declaración de que el mal no existe se puede entender como una llamada a la empatía, como hace la propia película, que nada más terminar una magnífica reunión de vecinos, llena de tensión, cambia de punto de vista y adopta el de los dos representantes corporativos, Takahashi (Ryuji Kosaka) y Mayuzumi (Ayaka Shibutani), para registrar sus propios conflictos y motivaciones y desactivar así la animosidad que podamos haber albergado hacia ellos.
Por otro lado, el título también se puede interpretar como referencia al hecho de que el bien y el mal son conceptos humanos que no existen en la naturaleza: los personajes señalan que los animales a veces atacan a las personas no con mala intención sino cuando las circunstancias no les dejan alternativa; lo mismo se puede decir del entorno en general, amenazado por la construcción y la polución.
Como fan de Drive My Car que soy, estaba predispuesto a disfrutar del ensayo filosófico de Hamaguchi y de su estilo cinematográfico tan sensible como naturalista. Además, comparado con las tres horas de reloj de su peli anterior, esta se me pasó prácticamente en un suspiro, aunque eso dependerá de tu tolerancia para los planos largos e ininterrumpidos de gente cortando leña sin decir palabra…
En general, juzgando Rueda de fortuna y fantasía, Drive My Car y El mal no existe en su conjunto, lo que me fascina de Ryusuke Hamaguchi es que es como Hirokazu Koreeda, en el sentido que son directores profundamente sagaces que nunca hacen la misma película dos veces a pesar de contar con un estilo claramente personal. El mal no existe no se parece a nada, y solo por eso ya vale la pena.