Pain and Glory (2019) – Movie Review

Antonio Banderas in Pain and Glory

¡En español!

Watching Pedro Almodóvar’s Pain and Glory, it’s easy to imagine its protagonist, Salvador Mallo (Antonio Banderas), as a projection of Almodóvar himself: Salvador is also a distinguished Spanish director who rose to fame in the eighties, and he also rocks a beard and an unruly mop of gray hair. The visual resemblance alone is so noticeable that I feel compelled to mention it, but it also feels facile, because in this man Almodóvar has written a portrait of loneliness and contrition that seems very far from his public persona.

On the face of it, you’d expect this film to have great tragedy and passion and drama: Salvador is ailed by multiple injuries, syndromes and conditions, such that he lives in constant pain and frequently suffers choking fits or debilitating migraines. His health has deteriorated to the point where he had to stop making movies, and now lives as a recluse in his apartment, interior-designed within an inch of its life, stubbornly refusing all invitations to roundtables and festivals. In his fortress, he is haunted by the men of his past, as he thinks back to the actor of his first successful film, with whom he isn’t on speaking terms anymore (Asier Etxeandia); to his big love, who is now married to a woman (Leonardo Sbaraglia); or to his first crush, a young painter whom he knew when he was a child (César Vicente).

And yet, Antonio Banderas’ performance is astonishing precisely because he takes away all the melodrama, all the passion, and acts with a resigned, self-contained sadness. His Salvador is someone to whom these tragedies happened many years ago and is beyond used to living with them, wearing them like old clothes. Time and again, Banderas and Almodóvar both resist the temptation of overreaching and let the drama speak for itself. It might seem counterproductive to present your story as a ship that sailed, as acceptance of regret, but it feels very real to life.

It is unfortunate that, in a way, the film’s structure plays against it. Some of the story sections play out in one go, begin and end, and then are dropped to move on to the next one, while others are interspersed throughout the story. The best and main example of the latter are the touching flashbacks to Salvador’s childhood, where Penélope Cruz steps in to play his mother. I have made my feelings about childhood flashbacks abundantly clear on this site; this is a demonstration of how to do them well, as they radiate a feeling of love and nostalgia that informs and tints our perception of the present. By contrast, stories like a movie screening or the old lover come and go, and the movie seems to forget about them as new ones come in, which makes it feel long.

Still, Pain and Glory is an interesting and self-reflective study in remembrance and nostalgia, and its meandering path is part of its vision. Antonio Banderas has earned all the praised he’s been receiving.

Pain and Glory on IMDb

Dolor y gloria (2019)

Viendo Dolor y gloria, es fácil imaginar a su protagonista, Salvador Mallo (Antonio Banderas) como una proyección del propio Almodóvar: también es un director distinguido que saltó a la fama en los ochenta, y también luce barba y una mata de pelo gris. El parecido visual es tan llamativo que parece obligado mencionarlo, pero tampoco es justo, porque con este personaje Almodóvar ha pintado un retrato de soledad y arrepentimiento que parece muy alejado de su imagen pública.

Sobre el papel, uno podría esperar que esta película estuviera llena de tragedia y pasión y drama: Salvador padece varias enfermedades, trastornos y dolencias, de forma que vive en constante dolor y sufre frecuentes atragantamientos o migrañas devastadores. Su salud se ha deteriorado hasta el punto de que tuvo que dejar de rodar, y ahora vive como un recluso en su apartamento, diseñado hasta más no poder, declinando obstinadamente todas las invitaciones a mesas redondas y festivales. En su fortaleza, recuerda a los hombres de su pasado: el actor de su primera película de éxito, con quien ya no se habla (Asier Etxeandia); su gran amor, que ahora está casado con una mujer (Leonardo Sbaraglia), o su primer deseo, un joven pintor a quien conoció de niño (César Vicente).

Pero no: la interpretación de Antonio Banderas impresiona precisamente porque abandona todo el melodrama, toda la pasión, y actúa con una tristeza resignada y contenida. Su Salvador es alguien a quien estas tragedias le sucedieron hace muchos años y ya se ha acostumbrado a vivir con ellas, a llevarlas como si fueran prendas viejas. Una y otra vez, tanto Banderas como Almodóvar resisten la tentación de exagerar y dejan que el drama hable por sí solo. Podría parecer contraproducente presentar tu historia como un barco que ya zarpó, como la aceptación del arrepentimiento, pero se siente muy cercano a la vida.

Es una pena que, en cierto modo, la estructura de la película juegue en su contra. Algunas de las secciones de la historia se desarrollan todas de una vez, de forma que empiezan, terminan y luego se descartan para pasar a la siguiente, mientras que otras van y vienen a lo largo de la película. El primer y mejor ejemplo de esto último son los conmovedores flashbacks a la infancia de Salvador, donde Penélope Cruz aparece como su madre. Ya he hablado largo y tendido de lo que opino de los flashbacks de infancia; esto es una demostración de cómo hacerlos bien, ya que emanan una sensación de amor y nostalgia que tiñe nuestra percepción del presente. En el lado opuesto, historias como una proyección importante o un antiguo amante van y vienen, y la película parece olvidarse de ellas cuando entra una nueva, lo que se acaba haciendo cansino.

Aun así, Dolor y gloria es un estudio interesante e introspectivo del recuerdo y la nostalgia, y sus divagaciones son parte de su visión. Antonio Banderas se ha ganado todas las alabanzas que ha recibido por este trabajo.