It is a coming of age summer in 1980s Italy, but don’t mistake this for Call Me By Your Name (for one thing, it is suffocatingly straight). Paolo Sorrentino’s The Hand of God is a slice-of-life tragic comedy, following the life of young Fabio (Filippo Scotti), a lanky, gormless teenager who lives in an eternally summery Naples surrounded by his crowded family.
The film isn’t as interested in following any given plot thread as in living in a variety of small, familial moments, such a big al fresco lunch or a spat between neighbors. There are too many relatives and in-laws to keep track but they’re a peculiar bunch, all mercurial in their own way. Fabio, as our witness to his family’s madness, mostly just lounges around and allows himself to be yelled at; he is constantly horny, which is normal for his age, but so is Sorrentino himself, judging by the frequent and prominent nudity that only women keep finding themselves in.
I enjoyed the first half of the movie, which works as a comedy with its fair share of dramatic scenes. The sun-drenched photography is gorgeous, even though it doesn’t look like it’s idealizing Naples, which is shown here with its beautiful ocean side views along with functional working class neighborhoods and dilapidated official buildings. Towards the end, however, the story takes a jarring swerve into melodrama, and Sorrentino drops both the family and all comedy like a ton of bricks for the remainder of what is now a drama centered exclusively on Filippo, presumably an author insert, who is not fleshed out or interesting enough to carry that weight. It doesn’t help that Scotti’s acting abilities are limited, as evidenced when his two dramatic scenes hide his face in a way that I certainly wouldn’t with a capable actor. Compare that to Teresa Saponangelo and Toni Servillo, who play his parents with multiple layers of humor, love, complicity, or exasperation.
So, yes, that last section disappointed me, not because it’s bad (it’s not, outside of a couple of extraneous moments with new characters that didn’t matter until then and won’t matter again after), but simply because it’s not the summery, raucous family comedy that I’d been enjoying so much. The Hand of God is still worth a watch and will bring warmth to a cold winter weekend.
Fue la mano de Dios (2021)
Lo que sigue es una historia sobre la adolescencia en la Italia de los años ochenta, aunque no tiene nada que ver con Call Me By Your Name. Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino, es una tragicomedia costumbrista que observa la vida de Fabio (Filippo Scotti), un adolescente larguirucho y despistado que vive rodeado de su abultada familia en una Nápoles en la que siempre hace sol.
La película no trata un argumento concreto, sino que presenta una serie de momentos pequeños y familiares, como una gran comida al fresco o una riña entre vecinos. Hay demasiados parientes y conocidos como para recordarlos a todos, pero desde luego forman una piña peculiar, cada uno un terremoto a su manera. Fabio, como testigo de la locura de su familia, en general se limita a hacer el vago por ahí y dejar que le griten; también está más salido que el pico de una plancha, lo cual es normal para su edad, pero Sorrentino también, a juzgar por los frecuentes y prominentes desnudos, solo de mujeres, con los que se encuentra casualmente.
Me lo pasé bien con la primera mitad de la peli, que funciona como comedia no carente de peso dramático. La fotografía veraniega es espectacular, aunque tampoco pretende idealizar Nápoles, que sale aquí con preciosas vistas del mar igual que con barrios de clase obrera y dilapidados edificios públicos. Más hacia el final, sin embargo, la historia gira bruscamente hacia el melodrama y Sorrentino abandona totalmente tanto la familia como la comedia para centrarse exclusivamente en Filippo, quien presumiblemente representa al autor, aunque sea un personaje que carezca de la personalidad o la profundidad necesarias para llevar toda una película. Tampoco ayuda que Scotti no dé la talla como actor, como demuestran dos escenas dramáticas que ocultan deliberadamente su rostro de una forma que yo desde luego no haría con un actor competente. Compara con Teresa Saponangelo y Toni Servillo, quienes interpretan a sus padres con múltiples capas de humor, amor, complicidad o exasperación.
Sí, el último capítulo me decepcionó, no porque sea malo (no lo es, salvo por un par de escenas superfluas dedicadas a personajes que no habían importado antes y no importarán después), sino porque no es esa comedia familiar con la que tanto estaba disfrutando. Fue la mano de Dios merece la pena, a pesar de todo, para dar calor a una fría tarde de invierno.