Moonage Daydream is a documentary about David Bowie, but not the kind you expect. Brett Morgen (director, writer and producer) put together heretofore unseen footage, with approval of the Bowie state, to make a film that is far removed from your average music star biographical documentary in every way you could imagine, and then also in some ways you didn’t.
For starters, Morgen dispenses with the usual gallery of friends, relatives, colleagues and commentators to exposit information about the figure in question. The dialogue is exclusively sourced from Bowie’s own interviews, so that his voice and his testimony are the film’s own, interrupted here and there by the television journalists who had a hard time grappling with a man who defied easy classifications. Two things stood out to me about these interviews: one, how striking it is to see how Bowie changed over the years, from a nervous, even flighty artist in his youth to the self-possessed gravitas he carried with him in his maturity. The second is how deep they are: interviewers asked probing questions about life or legacy or meaning, and Bowie answered always with candid openness, without any of the deflecting media-trained boilerplate that you might expect from so many celebrities.
Moonage Daydream also makes no attempt to organize David Bowie’s life and career into any sort of logical -much less chronological- structure: the songs, sound bites and video clips from different decades are all mixed together, linked by themes or moods more than by timeline. Most of the footage comes from recordings of live concerts, the best possible way to experience Bowie’s music as well as his own relationship with it. There’s so much of it, in fact, that I felt transported to a concert myself, as I listened to a pretty much uninterrupted stream of songs that faded one into the next, punctuated (but not stopped) here and there by interview clips stepping briefly into the foreground of the soundscape.
After a long 140 minutes of this psychedelic trip through Bowie’s discography and life philosophy, I have gained no better understanding of what albums he produced, or what his life’s milestones were (I knew he has a son in director Duncan Jones, who goes unmentioned), or what made his music different from his contemporaries’. I do, however, feel like I looked through a window into his soul; not one theorized or projected by commentators, but one opened by the subject himself, described willingly in his own words. Bowie appears as a thoughtful performer (a sculptor, a painter, an actor, and a director as well as a musician), unmoved by success and acclaim, obsessed with breaking new ground in whatever art form he was chasing at the time, finding new styles, new voices to channel the truths that he wanted to share.
Moonage Daydream is simultaneously the closest I’ve ever felt to knowing a documentary subject, and the least I’ve ever learned about a documentary subject. Its stream-of-consciousness succession of music and dialogue can grow exhausting over its considerable runtime, but it makes for a remarkable experience. If you’re a fan of David Bowie, this will definitely be required viewing.
Moonage Daydream (2022)
Moonage Daydream es un documental sobre David Bowie, pero no es lo que te esperas. Brett Morgen (director, guionista y productor) ha reunido material hasta ahora inédito, con el visto bueno de la familia Bowie, para elaborar una obra que no tiene nada que ver con lo que esperarías de un documental biográfico tradicional.
Para empezar, Morgen prescinde de la habitual galería de amigos, parientes, colegas y comentaristas que dispensan información a la cámara sobre la figura en cuestión. Todo el diálogo se extrae de las entrevistas que concedió el propio Bowie, de forma que la voz de la película es la suya misma, interrumpida aquí y allá por los entrevistadores televisivos que no sabían muy bien qué hacer con un hombre tan difícil de clasificar. De todas estas entrevistas me llamaron la atención dos cosas: una, lo mucho que Bowie cambió con los años, desde el joven artista nervioso de su juventud hasta la poderosa calma de su madurez. La segunda es lo profundas que son: los entrevistadores formulan preguntas complejas sobre la vida o el legado o el arte y Bowie responde siempre con una sinceridad chocante, sin refugiarse en lugares comunes como cabría esperar de muchos otros famosos.
Moonage Daydream tampoco se molesta en intentar siquiera organizar la vida ni la carrera de David Bowie con una estructura lógica, mucho menos cronológica: se mezclan canciones, diálogos y videoclips de varias décadas indiscriminadamente, enlazados por tema o humor más que por cronología. La mayor parte del metraje consiste de grabaciones de conciertos en vivo, la mejor forma posible de experimentar la música del artista además de su propia relación con ella. Hay tanta música, de hecho, que es casi como estar presente en un concierto de verdad, escuchando un torrente casi ininterrumpido de canciones que se funden unas con otras, puntuadas (que no interrumpidas) aquí y allá por recortes de entrevistas que pasan brevemente al primer plano sonoro.
Tras un largo viaje psicodélico de 140 minutos por la filosofía y la música de David Bowie, no he aprendido nada acerca de los discos que produjo, ni de lo que pasó en su vida (sé que su hijo es el director Duncan Jones, aunque aquí ni lo mencionan), ni de lo que diferencia a su música de la de sus contemporáneos. Sin embargo, siento que se abrió una ventana a su alma; una ventana abierta no por comentaristas, sino por él mismo, describiéndose con sus propias palabras. Bowie se presenta como un artista (escultor, pintor, actor y director además de músico) pensativo, indiferente al éxito o a la popularidad, obsesionado con explorar nuevos terrenos en cualquier campo artístico, con encontrar nuevos estilos y nuevas voces con las que comunicar las verdades que quería compartir.
Moonage Daydream es a la vez el documental que más me ha acercado a su sujeto y el que menos me ha contado sobre él. La sucesión constante de música y testimonios se acaba haciendo agotadora a lo largo de su considerable duración, pero es una experiencia fascinante. Si eres fan de David Bowie, desde luego, no te la puedes perder.