The very first scenes of Burning seem to set the course for a conventional love story, only to pull the rug from under our feet afterwards.
Jongsu (Ah-In Yoo) is a young man who lives in the Korean countryside, in a dilapidated farm with one solitary calf that he looks after while his father is in prison. One day in Seoul he reconnects with Haemi (Jongseo Jeon), an old friend from school. She seems to be delighted to see him, cheery, quirky, a textbook Manic Pixie Dream Girl. He is immediately smitten with her, and she with him. Except! As quickly as she arrived into his life, so she leaves suddenly for a long trip. When she comes back, she is accompanied by Ben (Steven Yeun, whom you might know from The Walking Dead), and everything we took for granted is gone.
Ben, a wealthy and sophisticated man, seems to embody everything Jongsu is not. He is frustratingly nice, faultessly polite to Jongsu, always pays for dinner. Jongsu hangs out with Haemi and Ben in agonizing parties in which he is clearly the third wheel, but it’s his only chance to see her. This frustration quickly descends into obsession, as he becomes convinced that Ben’s unflappable demeanor has to hide questionable intentions.
It is a long movie, and it’s in no hurry to get to its destination. This can be frustrating at times, as Jongsu’s dejection is infectious, but it’s also deliberate. The movie never leaves his point of view, so as his suspicions mount we have to make our own judgment from the same evidence available to him: we are never shown the objective truth. Even though it would work better with a more compact storytelling, especially in its long third act, I felt invested in the personal dynamics at play.
In addition to emotional anguish, Burning also shows us a side of Korea that is very far removed from the glitzy neighborhoods of Sangsoo Im’s The Housemaid or The Taste of Money. Class is very much a factor in the asymmetric relationship between these characters. Haemi lives in a microscopic studio, while Jongsu’s family home seems held together by string and duct tape on a patch of brown, lifeless grass. He sits on a rusty folding chair on his driveway as North Korean propaganda messages blare constantly from the nearby border, nothing to do but clean years of grime and marinate in his own dissatisfaction; and, when he’s trapped there, so are we.
Burning (2018)
Las primeras escenas de Burning parecen encaminadas en la dirección de una historia de amor convencional, solo para cambiar las tornas poco después.
Jongsu (Ah-In Yoo) es un joven coreano que vive en el campo, en una granja destartalada con una sola vaca a la que cuida mientras su padre está en prisión. Un día en Seúl se reencuentra con Haemi (Jongseo Jeon), una amiga de la escuela. Ella parece encantada de verlo, alegre, excéntrica, el arquetipo de la Manic Pixie Dream Girl. Él se enamora de ella inmediatamente, y ella de él. ¿O no? Tan pronto como ha entrado en su vida, Haemi parte repentinamente en unas largas vacaciones. Cuando vuelve, lo hace acompañada de Ben (Steven Yeun, a quien quizás conozcas de The Walking Dead), y todo lo que esperábamos se ha evaporado.
Ben, un hombre adinerado y sofisticado, parece encarnar todo de lo que Jongsu carece. Es frustrantemente amable, impecablemente educado con Jongsu, siempre paga la cuenta. Jongsu acompaña a Haemi y a Ben a agónicas fiestas en las que él es claramente la rueda de repuesto, pero es su única oportunidad de verla. Esta frustración no tarda en degenerar en obsesión, a medida que se convence de que la inmutable fachada de Ben debe ocultar intenciones cuestionables.
Es una película larga, y no tiene prisa por llegar a su destino. Esto puede ser frustrante a veces, porque la ansiedad de Jongsu es contagiosa, pero también es deliberado. La película nunca abandona su punto de vista, así que cuando sus sospechas se multiplican nosotros tenemos que formar una opinión con las mismas pruebas que él: nunca veremos la verdad objetiva. Aunque funcionaría mejor con una historia más compacta, especialmente en su largo tercer acto, me involucré en la dinámica personal de los personajes.
Además de la angustia emocional, Burning también nos muestra un lado de Corea muy distinto de los barrios de moda de las películas de Sangsoo Im como La criada (¡no confundir con la magnífica La doncella!) o The Taste of Money. La clase es definitivamente un factor en la relación asimétrica entre estos personajes. Haemi vive en un estudio microscópico, mientras que la casa familiar de Jongsu parece sujetarse solamente con cordel y cinta adhesiva en un montículo de hierba muerta y marrón. Pasa el tiempo sentado en una roñosa silla plegable en su acera mientras de fondo se oyen incesantes mensajes propagandísticos norcoreanos desde la frontera, nada que hacer salvo limpiar años de mugre y darle vueltas a su propia insatisfacción; y, cuando está atrapado en ese sitio, nosotros también.