There are few active directors with a sheer mastery of the craft as astounding as Barry Jenkins’. With only three features to his name, he already possesses a keen eye for the artistry of the shot, but also for the emotion of a scene.
In his latest film, Jenkins takes us to New York City, in the 70s, where a young black couple try to form a life together. Tish (Kiki Layne) finds out she’s pregnant just as Fonny (Stephan James) is arrested for rape -a crime that he has an alibi for, which took place halfway across town from his neighborhood, with a victim that fled the country, but he is black and the police think he’ll do.
Tish’s family supports her unconditionally: “Unbow your head”, her sister tells her in one powerful moment; Fonny’s family think she’s leading him astray. We’ll see them trying to find someone who will lend an apartment to a black couple, trying to find jobs, then trying to pay for the lawyers and preparing for a new baby. Kiki Layne shines as Tish, a shy, worrisome young woman who grows in confidence and responsibility as she’s propelled into adulthood.
The narrative weaves the past and the present effortlessly, with such grace that the transitions are almost unnoticeable. Far from being a gimmick, each step in this temporal dance illuminates the scene before and sets up the one after.
All throughout, the movie remains a pleasure to watch. Where Moonlight played with purple, blue and gold, If Beale Street Could Talk is awash in warm bronze, yellow and dark green. Each and every shot is carefully composed, blocked and lit, reaching a degree of perfectionism that must be seen to be believed. Most directors reserve great shots for the most impactful moments, but Jenkins seems to think that no scene is too small.
The only flaw that I found with If Beale Street Could Talk is that, unlike Moonlight, this one felt a bit long at the end. All movies that go back and forth between past and present must grapple with the fact that they’ve more or less told us what happens at the end; the impact of some past scenes was lessened because my mind was on the present. This was already in the third act, though, and outside of that the movie’s calm, deliberate pace works well to build its characters and its world.
If Beale Street Could Talk on IMDb
El blues de Beale Street (2018)
Hay pocos directores en activo con un dominio de la técnica tan impresionante como el de Barry Jenkins. Con solo tres largometrajes a su nombre, ya posee un ojo infalible para el arte de un plano, pero también para la emoción de una escena.
En su última película, Jenkins nos lleva a Nueva York, en los años setenta, donde una joven pareja negra intenta formar una vida en común. Tish (Kiki Layne) descubre que está embarazada justo cuando a Fonny (Stephan James) lo arrestan por violación -un crimen para el que tiene coartada, que tuvo lugar en la otra punta de la ciudad, a una víctima que ha huido del país, pero Fonny es negro y a la policía le vale.
La familia de Tish le ofrece un apoyo incondicional: “Levanta la cabeza”, le dice su hermana en un poderoso momento; la familia de Fonny piensa que Tish lo lleva por mal camino. Los veremos buscando a alguien que acepte alquilar un apartamento a una pareja negra, buscando trabajo, buscando una forma de pagar al abogado y preparándose para la llegada del bebé. Kiki Layne es deslumbrante en el papel protagonista, una chica tímida e insegura que gana confianza y responsabilidad cuando se ve catapultada a la madurez.
La narrativa entrelaza el pasado y el presente sin esfuerzo, con tal gracia que las transiciones pasan casi inadvertidas. Lejos de ser un simple truco, cada paso de este baile temporal ilumina la escena anterior y prepara la siguiente.
Toda la película es un placer para la vista. Donde Moonlight jugaba con morados, azules y dorados, El blues de Beale Street baña la pantalla de bronces, amarillos y verdes oscuros. Cada plano está cuidadosamente compuesto e iluminado, hasta una cota de perfeccionismo que hay que ver para creer. La mayor parte de directores reservan los grandes planos para los momentos más impactantes, pero Jenkins parece pensar que no existe una escena sin importancia.
El único fallo que le veo a El blues de Beale Street es que, a diferencia de Moonlight, esta se me hizo un poco larga al final. Todas las películas que alternan pasado y presente deben lidiar con el hecho de que más o menos nos han contado ya cómo acaba todo; algunas escenas no me impactaron tanto porque mi mente ya estaba en el presente. Sin embargo, esto fue ya en el tercer acto, y por lo demás el ritmo pausado y sopesado de la película funciona bien para construir sus personajes y su mundo.