A Beautiful Day in the Neighborhood and its protagonist both grapple with the same dilemma: how do you study a person that is, fundamentally, at their very core… good? We are trained from a young age to question motives, to expect selfishness, and to mistrust apparent good will, and certainly life gives us ample cause for cynicism -and yet, we all know at least one person in our lives who overflows with kindness.
Such is the figure of Mr Rogers (Tom Hanks), the presenter of a children’s TV show that entertained multiple generations of American kids. His kindness is legendary, and a reporter named Lloyd (Matthew Rhys), who is commissioned against his will to interview him, is convinced that it must be indeed a legend: no one can be that good, or at least, it has to be a cheery front set up to hide a traumatic past.
From their very first interaction, Lloyd discovers that when you’re talking to Mr Rogers, you are the most important person in the world to him; it is touching, but also overwhelming, to be the center of someone’s attention so openly. But do not mistake kindness for simplicity: his folksy charm -and this is something that Hanks plays so brilliantly- hides an astute observer and a gifted orator. His demeanor is genial and even childish, but there’s nothing accidental about the way he dodges every one of Lloyd’s hard-hitting questions and turns them right back around. The conversation in which Lloyd tries to get Mr Rogers to admit that listening to other people’s problems all day is taxing, only to end up talking about his own childhood toys in just two questions, is a wonder of writing and acting.
This idea that there’s no façade, that someone can really, sincerely be interested in the childhood of a complete stranger, stretches credulity -especially if, like me, you didn’t know who Fred Rogers was. But, as a matter of fact, the big article that Lloyd is working on in this film is in fact a real piece, written in 1998 by Tom Junod for Esquire, and which you can read in its entirety here. Some of the film’s most iconic scenes and dialog are taken almost verbatim from that article. By comparison, Lloyd’s story (which is fictional) feels somewhat trite, his journey of trauma and redemption moving along familiar tracks, but it works as a grounding, realistic frame to Mr Rogers’ superhuman benevolence.
It is odd that Marielle Heller made Can You Ever Forgive Me, a fairly misanthropic movie, and then follow it up with this ode to kindness, but I think I can see the common thread there: both times Heller takes an uncomfortably close look at people as people, full and realized, with appreciation, not judgment.
The conversations between Rhys and Hanks sustain the entire film and are, each and every one, a monument to good storytelling. Without delving into melodrama or empty platitudes, they display a sharp understanding of human nature, and several of them left me with tears streaming down my face. How silly, to be moved not by a tragic event in the story but by a benign chat in a Chinese restaurant, but being seen -truly seen- can be disarming. As was Mr Rogers, as is Tom Hanks, as is this film.
A Beautiful Day in the Neighborhood on IMDb
Un amigo extraordinario (2019)
Un amigo extraordinario y su protagonista se enfrentan ambos al mismo dilema: ¿cómo estudia uno a una persona que es, fundamentalmente, de corazón… buena? Estamos entrenados desde pequeños para cuestionar intenciones, esperar egoísmo, y desconfiar de la buena voluntad, y desde luego la vida ofrece no pocas razones para el cinismo, pero a la vez todos conocemos al menos una persona en nuestras vidas que rebosa bondad.
Tal es la figura de Mister Rogers (Tom Hanks), el presentador de un programa de televisión infantil que marcó a varias generaciones de niños americanos. Su amabilidad era legendaria, y un periodista llamado Lloyd (Matthew Rhys) está convencido de que tiene que ser eso, una leyenda: nadie puede ser así de bueno, o al menos tiene que ser una máscara alegre que oculta un pasado traumático.
Ya con su primer encuentro, Lloyd descubre que cuando hablas con Mister Rogers, te conviertes en la persona más importante del mundo para él; es conmovedor, pero también abrumador, ser el centro de atención de otra persona de forma tan directa. Pero no hay que confundir la bondad con la simpleza: su encanto risueño -y esto es algo que Hanks interpreta a la perfección- esconde a un astuto observador y a un brillante orador. Su actitud es campechana y hasta infantil, pero no hay nada de accidental en la forma en la que esquiva cada una de las preguntas afiladas de Lloyd y les da la vuelta al instante. La conversación en la que Lloyd intenta sacarle a Mister Rogers que es agotador escuchar los problemas de los demás todo el día, solo para acabar hablando de su peluche favorito de la infancia en tan solo dos preguntas, es un prodigio de la escritura y de la actuación.
Esta idea de que no hay fachada, de que alguien pueda estar verdadera y sinceramente interesado en la infancia de un completo desconocido, desafía la credulidad, especialmente si, como yo, no sabías quién era Fred Rogers. Pero resulta que el gran artículo en el que trabaja Lloyd en esta película existe de verdad: lo escribió un tal Tom Junod para Esquire en 1998 y de hecho lo puedes leer íntegro aquí. Algunas de las escenas y frases más ejemplares del filme se han sacado casi literalmente de ese artículo. En comparación, la historia (ficticia) de Lloyd se hace algo manida; su viaje de trauma y redención se mueve por rutas conocidas, pero sirve como un marco sobrio y realista para la benevolencia sobrehumana de Mister Rogers.
Me llama la atención que Marielle Heller hiciera ¿Podrás perdonarme algún día?, una película más bien misántropa, y luego haya creado esta oda a la bondad, pero puede que haya un tema común: ambas observan con incómodo detalle el comportamiento de las personas como personas, reales, y las aprecia, no las juzga.
Las conversaciones entre Rhys y Hanks sostienen toda la película y son, todas y cada una de ella, un monumento al buen cine. Sin caer en el melodrama ni en banalidades vacías, demuestran una comprensión avezada de la naturaleza humana, y muchas son verdaderamente emocionantes. Qué tontería, emocionarte no con una tragedia en la historia sino con una charla inofensiva en un restaurante chino, pero que alguien te vea -te vea de verdad- es conmovedor. Como lo era Mister Rogers, como lo es Tom Hanks, como lo es esta película.